jueves, 4 de agosto de 2011

ME DESPIERTO Y CONTEMPLO...


Me despierto y contemplo tu rostro en la almohada,
con los ojos cerrados.
Hay en tus labios una sonrisa,
una pequeña flor que se extiende temblorosa
y que mis dedos quieren tocar, rozar si acaso
y llegar hasta sentir el latido sosegado de tu pecho.
Me gusta mirarte así, en silencio,
y adivinar el contenido de tus sueños.
Dejar volar mi imaginación para que se junte con la tuya,
para que hilvane esa dulce melodía de la vida
que se extienda a los oídos.
También miro tus manos y tus dedos,
los acaricio con mis ojos
y me resisto a tomarlos para no despertarte,
pero me dejo llevar por esa fantasía
de rozarlos en mis manos,
acariciarlos y apretarlos suavemente,
como tratando de darte los buenos días.
Pero también quiero besar tus labios,
esos que he visto antes,
esos en los que me he detenido
y he sentido en un susurro mi nombre...


Me despierto y contemplo tu cuerpo desnudo
tumbado en el lecho.
Una luz transparente, al mirarte,
me ciega los ojos.
Ya no sé si es un sueño la dulce alborada,
y si en ella caminas o sigues durmiendo.
Yo percibo el latido pausado que emite tu pecho,
yo quisiera fundirme en la sangre que corre
en tus venas,
yo quisiera ser aire y ser brisa
y rozar con mis dedos tus senos,
proseguir por tu espalda tan linda,
recorrer las montañas y valles,
las sencillas colinas y ríos,
que forman tu cuerpo.


Sin embargo...


Me despierto y contemplo el vacío que existe
a mi lado.
La carencia de rostro y persona,
esa ausencia de cuerpo y de cara,
ese sueño de fiebre caduco que viene conmigo,
esa ausencia de todo y de nada,
ese beso invisible que clama y no llega,
ese labio curtido que emite un suspiro,
ese niño olvidado de todos que escribe poemas,
ese hombre que llora y que enjuaga sus lágrimas...


Me despierto y contemplo la vida
y me digo que sí, que la misma no es sueño,
que yo existo y que vivo, y que viven
conmigo las personas y seres queridas,
los momentos de risas y llantos,
los rincones preciosos y alegres,
los jardines y parques,
las montañas y ríos,
y la mar, ese mar que se estira a lo lejos,
ese mar verde azul con sus olas rizadas,
que se alarga y se encoge con rizos inquietos
y que van, en la tarde, a dormir a las playas...


Y al final me despiertan y besan tus ojos.
Unos ojos que miran y hablan,
unos ojos con vida y con alma,
unos ojos que esperan un beso,
unos ojos que brillan y aman.


Rafael Sánchez Ortega ©
04/08/11

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