jueves, 18 de noviembre de 2010

CANTO AL MAR.

Derramas paz en tu distancia seductora;
las olas duermen con la brisa,
las algas balancean levemente su figura,
pero tú, Mar, sigues ahí, presente,
contemplando como pasan las gaviotas,
cómo marchan a sus nidos en la costa
tras el sol que ya se esconde.

Pero tras esa paz tan sugerente
está la lucha por la vida.
La fuerza por crear esos latidos
que se escuchan en la tierra,
la sangre tan caliente de animales
y personas,
la esencia de la cédula viviente,
el alma retenida entre el salitre
de las aguas.

Y así surgió la vida en el principio,
en un suspiro tenue y floreciente,
en una madrespora que extendía
sus tentáculos tan llenos de vigor,
con sabia nueva,
con fuerza e inteligencia entre sus genes,
con llamas y con fuegos en la lucha
por la vida.

******

Ahora estoy aquí con este canto,
con esta sinfonía de palabras
reunidas a lo largo de tu nombre.

¡Oh, Mar, mi mar!...
No es la primera vez que yo te grito,
que suspiro con tu nombre,
que me sumo entre tus aguas tan saladas
y que busco los recuerdos de la vida,
y de mi vida,
entre los yodos y el salitre de las mismas.

Porque para saber de mi he de buscarte,
he de volver la vista y el recuerdo,
hacia tus mares,
a ese tiempo ya lejano de mi infancia,
para encontrarme allí con la silueta
inconfundible de aquel hombre,
con su cara tan curtida,
el cigarro entre sus labios,
la sonrisa siempre fresca
a pesar del infortunio,
con su ropa de mahón tan remendada
y en la misma, ¡tantas manchas de pescado
y del trabajo!

Pero también mi Mar,
vuelvo a la lucha dura y sin descanso
entre los hombres y tus aguas.
Veo las manos empuñando aquellos remos,
los cuerpos arqueados,
las palas en la boga,
el avance milimétrico de las traineras
luchando en la bocana,
con resacas y corrientes.

Y veo también las manos malheridas
lanzando los palangres,
las gotas de sudor en unas frentes,
las miradas muy nerviosas hacia el agua
y los sedales
en busca de esa pieza que no llega,
que se escapa, que no pica.
Y también la pacienca seductora
cuando halaban esos peces capturados
con temor a que escaparan
en el último segundo;
el suspiro retenido que lanzaban los marinos,
el tabaco que juntaban con sus dedos
en un blanco papelucho y que fumaban
satisfechos.

******

Todo esto lo recuerdo y lo contemplo.
Todo esto yo lo vivo ahora de nuevo,
porque sé lo que se siente estando enfermo,
estando loco,
en esa larga búsqueda incesante
de preguntas sin respuesta.

¡El Mar, y siempre el Mar...!
Esa era la pregunta.

¿Por qué, por qué...?

¿Por qué los hombres nacen libres
cuando el mar tanto los ata y condiciona?

¿Por qué la mar a unos da riquezas
y a otros la pobreza?

¿Por qué hay viudas que dejaron a sus
hombres en tus brazos?

¿Por qué se los arrebataste
y arrastraste hasta tu lecho?

¿Por qué, si eres el origen de la vida,
la fuente del amor,
también llevas la muerte en tus entrañas?

Preguntas sin respuesta, como digo,
palabras y vacío simplemente.

******

Pero me quedas tú, mi mar,
Mar de mis sueños,
Cantábrico dorado tan repleto de leyendas.
Me quedas con tus largas singladuras,
con tus viajes incesantes
por los puertos y las costas,
con los faros que te observan,
que te miran y vigilan
y te alumbran en tus sueños.

Me quedas con el baile de tus olas,
con la música que llega a la escollera,
en el escorzo y el adagio de tus playas,
y la eterna sinfonía en que se bañan
las estrellas.

Yo desde aquí te mando un beso.
Un beso que canjeo por tu abrazo,
un beso de mis labios tan sedientos,
un beso simplemente sin palabras
mientras miro tu figura,
te contemplo con agrado
y recibo los latidos de tus olas.

Rafael Sánchez Ortega ©
18/11/11

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