martes, 3 de agosto de 2010

UNA HUELLA QUEDABA EN EL CAMINO

Una huella quedaba en el camino
delatando al mendigo que pasaba,
eran huellas de pasos vacilantes,
caminando, tal vez, hacia la nada.

Mucho polvo se alzaba con su paso,
como el humo perdido de la fragua,
era el ronco sonar de las mareas
que al final, como siempre, descansaban.

Se levantan pasiones en el aire,
se confunde la sed de la garganta,
con el llanto profundo de los ciegos,
y el lamento sincero de las almas.

Hay quien dice que somos un suspiro,
o ese grano de arena de la playa,
y que somos producto del momento,
como un sueño que surge en la montaña.

Pero somos, sin duda, más que eso,
nuestra huella se pierde en la distancia,
más atrás del origen de los tiempos,
más allá de senderos y cañadas.

Porque el hombre se pierde con el tiempo
a pesar de miserias y de azañas,
es su forma de ser la que perdura,
la que busca la esencia tan guardada.

Es por eso que el polvo del camino
se revuelve en el lecho que descansa,
y se alza cual nube hacia los cielos,
a buscar la caricia que no alcanza.

Hay dos gotas que buscan el rocío,
dos estrellas que brillan y se abrazan,
dos suspiros que escapan de la senda
y que buscan el pecho que les llama.

Y son huellas que surgen con la brisa
y en el suelo se quedan bien marcadas,
esperando que pasen los poetas
con su pluma y papel a descifrarlas.

A lo lejos la tarde se despide
y se escucha sonar a la campana,
la que mide las horas de los hombres,
y la noche los cubre con su manta.

Rafael Sánchez Ortega ©
03/08/10

No hay comentarios:

Publicar un comentario