viernes, 11 de junio de 2010

¡DORMID, DORMID...!

¡Dormid, dormid!, los muertos siempre duermen;
no volverán al mundo de los vivos,
no necesitan sueños y promesas,
tan solo, soledad y estar tranquilos.

De noche se confunden con las sombras
que escuchan las canciones de los grillos,
y danzan una música sin nombre
que sale de un oculto paraíso.

También les acompañan las sirenas
desnudas y cubriendo con sus rizos,
los senos palpitantes del deseo
que buscan a los labios del mendigo.

Los niños corretean en la playa
y juegan con piratas y navíos,
ajenos a la música que suena
y al baile de gaviota y estorninos.

Y mientras, en su tumbra reposando,
descansan nuestros muertos ya dormidos,
esperan la llegada de la aurora
y el dulce escalofrío de los lirios.

Quizás más adelante se despierten
y pisen ese cielo prometido,
allí donde descansan las estrellas
y llegan de la tierra los suspiros.

Entonces de su boca ya sin nombre
se escape hacia los dioses ese grito,
la eterna sinfonía de las almas
que lanzan su protesta y su gemido.

Porque dormir, dormir, los muertos duermen
el sueño más allá del infinito,
extraños a la vida y a los hombres
y viendo como lloran los vencidos.

Los duros capitanes y guerreros
luciendo los blasones ya sin brillo,
las jóvenes parejas que se amaron
y ahora separaron sus destinos.

Por eso las palabras se congelan
y quedan condenadas al vacío,
los muertos no precisan las palabras
tan sólo descansar, quedar tranquilos.

Rafael Sánchez Ortega ©
Sierrallana 10/06/10

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